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La economía detrás de la dominación
“La paradoja de la abundancia” o “la maldición de los recursos naturales”.
Fecha de Publicación: 12-10-2025
Por Koly Bader-FSN-Tucumán
No se puede pensar en reducir la cantidad de mercancías sin querer al mismo tiempo una economía radicalmente diferente, una economía cuyo primer objetivo no sea hacer dinero y en la cual la riqueza no se exprese ni se mida en términos monetarios. La ecología política es una disciplina económicamente anticapitalista y subversiva.
André Gorz*
Aunque resulte poco creíble a primera vista, la evidencia reciente y muchas experiencias acumuladas permiten afirmar que la pobreza en muchos países del mundo está relacionada con la existencia de una significativa riqueza en recursos naturales. Los países ricos en recursos naturales, cuya economía se sustenta prioritariamente en su extracción y exportación, encuentran mayores dificultades para desarrollarse. Sobre todo, parecen estar condenados al subdesarrollo aquellos que disponen de una sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios. Una situación que resulta aún más compleja para aquellas economías dependientes para su financiamiento de petróleo y minerales.
Estos países, en general del sur global, estarían atrapados en una lógica perversa conocida en la literatura especializada como “la paradoja de la abundancia” o “la maldición de los recursos naturales”. Han sido destinados, en la división internacional del trabajo, a ser extractivistas exportadores de materias primas nada o escasamente elaboradas y, consecuentemente, importadores de productos altamente industrializados y tecnología. América Latina es un claro ejemplo de ello. El desarrollo del capitalismo hacia la economía de especulación financiera ha colocado a la región en una posición similar a la que supo tener en el siglo pasado dependiendo de una economía de fuertes rasgos extractivistas.
El Extractivismo no solamente está referido a la minería o el petróleo. Hay Extractivismo agrario, forestal e incluso pesquero. En resumen, estos países exportan naturaleza que compran los países desarrollados que no la tienen ni tan pródiga ni tan exuberante y tienen grandes concentraciones de población en escasa superficie a la inversa de los países del sur global incluidos los de América Latina. Es el caso, por ejemplo, de China, un gran comprador de “naturaleza”.
Con la transformación de los productos agropecuarios en commoditys y por tanto objeto de la especulación de los capitales financieros, y por el enorme avance de las tecnologías, el agregado de valor que se pueda hacer a las materias primas, como por ejemplo la elaboración de aceite de soja, resulta insignificante frente a los productos altamente industriales de tecnología de avanzada que importamos de los países centrales. La diferencia entre lo que exportamos y lo que importamos resulta proporcionalmente igual que cuando exportábamos sólo el grano y recibíamos, por ejemplo, telas o tornillos. Por añadidura el auge de la electrónica ha valorizado metales y “tierras raras” que se encuentran abundantemente en los territorios del sur global, y las nuevas tecnologías de extracción de metales preciosos ha hecho resurgir un nuevo tipo de minería, la minería a cielo abierto. La tecnología desarrollada por los países centrales tanto para la explotación minera, petrolera e incluso agropecuaria, ha sido desarrollada para intensificar la producción de los países del sur a costo de destruir nuestro medio ambiente aprovechando ellos los beneficios de la abundancia sin que, por ejemplo, redunde en una sensible reducción del hambre o la pobreza en el planeta. Incluso los métodos de explotación petrolífera o minera y los agroquímicos que nos imponen son en general prohibidos en su territorio.
Una vez más nos han asignado el rol de proveedores de materias primas destruyendo nuestra naturaleza.
La utopía capitalista del crecimiento material ilimitado nos lleva a un callejón sin salida y las fuerzas de la derecha están irremediablemente condenadas a sostener este capitalismo destructor. Un crecimiento ilimitado en un mundo limitado es una ilusión. La aberración es que la ciencia económica ignora los datos ecológicos en sus razonamientos y se desconecta de la realidad de la biosfera. Cada uno de nosotros sabe que los recursos naturales del planeta son insuficientes para permitirnos a todos un modo de vida a la europea y mucho menos a la norteamericana. El 20% de los seres humanos consumen el 80% de los recursos del planeta. Se necesitarían uno o dos planetas más para continuar explotando los recursos naturales mundiales al ritmo actual. Con un crecimiento económico mundial de solamente el 3% anual, se necesitarían ocho planetas más en el año 2100.El PIB a escala internacional se ha multiplicado por siete en los últimos cincuenta años. En un siglo, la población del planeta se ha multiplicado por cuatro y el consumo de energía por diez. Este crecimiento es debido a la multiplicación de las riquezas por veinte y de los bienes industriales por cincuenta. Si cada habitante del planeta consumiera lo mismo que lo consumido por los países desarrollados, hacia 2050 tendríamos que producir ocho veces más energía. Todos sabemos que esto no es posible. Pero como lo dice con mucho acierto el filósofo Jean-Pierre Dupuy, «nosotros no queremos creer en lo que sabemos». Un sistema económico que destruye el medio ambiente se destruye a sí mismo. Como se ve el capitalismo no tiene la menor intención de elevar el nivel de vida de todos en el planeta como lo predica las Naciones Unidas engañosamente. Ellos saben que para que ellos vivan bien, deben sacrificar al sur global. En ese camino han estado desde hace por lo menos 500 años.
Los pueblos afrodescendientes fueron considerados cosas. El derecho que se les aplicaba era el de los bienes y el de los contratos. Las personas afrodescendientes podían ser vendidas, compradas, regaladas, prestadas, igual que cualquier otro bien. Sus dueños disponían de la persona en función de sus necesidades o caprichos. Se transfería la propiedad de los afrodescendientes de la misma manera que se compraba una casa o un terreno. Las personas afrodescendientes no tenían derechos, no podían hacer contratos, se les consideraba tan ignorantes que se tenía la certeza que no podían tener su libertad. Había que explotarles. Este sistema se llamó esclavismo y lo vivimos en nuestra Suramérica y en todo el mundo.
Los pueblos indígenas también fueron considerados inferiores que quienes gobernaban y tenían el poder. A diferencia de los pueblos afrodescendientes, se les aplicó el sistema que ahora se conoce como servidumbre. Si bien no eran esclavos, eran explotados de tal forma que tenían un sistema de vida parecido. Se les pagaba salarios de miseria, vivían endeudados, no podían escoger el trabajo y tenían que cumplir las órdenes de los dueños de las tierras.
Tuvieron que pasar muchos años para que la conciencia de la humanidad reconozca que los afrodescendientes y los indígenas son seres humanos que merecen igual respeto que las personas que tienen poder y gobiernan desde el norte global. Los dos sistemas, el esclavismo y la servidumbre, están ahora considerados como graves violaciones a los derechos humanos y son prohibidos en todos los sistemas jurídicos.
La naturaleza en el mundo, jurídicamente hablando, al igual que las personas afros e indígenas hace muchos años, es considerada como un bien, disponible por parte de los dueños que la han parcelado, y a la que hay que extraerla hasta la última gota de vida, de tierra fértil, de agua, de minerales, de seres vivos que abriga.
A la naturaleza se la cuantifica por lo que se le puede explotar. Por ejemplo, un pedazo de naturaleza podría costar 1.830 millones de dólares, como antes el esclavo costaba en función de su salud y su capacidad para el trabajo; o las tierras se vendían con los indígenas y a mayor cantidad de ellos, más cara era la tierra porque producía más. A la naturaleza se le puede abrir un hueco de 250 metros y de diámetro 1.2 kilómetros, como antes se le podía cortar las manos a los esclavos y permitirles que se desangren. A la naturaleza se le puede privar de 2.030 especies de plantas, 142 de mamíferos, 613 de aves, 9 de reptiles y 56 especies de sapos y ranas 2.030, como antes se podía vender un esclavo y privarle de su familia. A la naturaleza se puede arrojar 326 millones de toneladas de desechos, como antes un cadáver de esclavo era arrojado en fosas comunes.
El Extractivismo, sea petrolero, agropecuario y ahora minero, no es otra cosa que la versión moderna del esclavismo de sujetos que merecen respeto. La naturaleza debe ser un sujeto titular de derechos si no queremos terminar con nuestros territorios primero y con todo el planeta después.
La acumulación material -mecanicista e interminable de bienes-, apoltronada en “el utilitarismo antropocéntrico sobre la Naturaleza”- al decir del uruguayo Eduardo Gudynas-, no tiene futuro. Los límites de los estilos de vida sustentados en esta visión ideológica del progreso son cada vez más notables y preocupantes. No se puede seguir asumiendo a la Naturaleza como un factor de producción para el crecimiento económico o como un simple objeto de las políticas de desarrollo.
Esto nos conduce a aceptar que la Naturaleza, en tanto término conceptualizado por los seres humanos, debe ser reinterpretada y revisada íntegramente. Para empezar la humanidad no está fuera de la Naturaleza. La visión dominante, incluso al definir la Naturaleza sin considerar a la humanidad como parte integral de la misma, ha abierto la puerta para dominarla y manipularla. Se le ha transformado en recursos o en “capital natural” a ser explotados. Cuando, en realidad, la Naturaleza puede existir sin seres humanos.
A lo largo de la historia, cada ampliación de los derechos fue anteriormente impensable. La emancipación de los esclavos o la extensión de los derechos civiles a los afroamericanos, a las mujeres y a los niños fueron una vez rechazadas por los grupos dominantes por ser consideradas como un absurdo. Para la abolición de la esclavitud se requería que se reconozca “el derecho de tener derechos”, lo que exigía un esfuerzo político para cambiar aquellas leyes que negaban esos derechos. Para liberar a la Naturaleza de esta condición de sujeto sin derechos o de simple objeto de propiedad, es entonces necesario un esfuerzo político que reconozca que la Naturaleza es sujeto de derechos. Este aspecto es fundamental si aceptamos que todos los seres vivos tienen el mismo derecho ontológico a la vida.
Sin embargo, el capital financiero quiere sobrevivir a la tremenda crisis que lo afecta en lo que llamamos el primer mundo y ha buscado una nueva forma de explotación de la naturaleza transformándola a ella misma en commoditys, en producto comercial. Para ello ha logrado introducir un concepto tan seductor como engañoso: el crecimiento sustentable. Y otra vez somos los países del sur global los que pondremos nuestras riquezas para que ellos sobrevivan. Así lo definieron en la conferencia mundial de Río + 20 en un documento propuesto por las Naciones Unidas. Con esta engañifa pretenden hacernos creer que están preocupados por la contaminación ambiental y el calentamiento global.
Se trata, ni más ni menos, que organizar los Estados, las empresas y los fondos financieros en orden a cobrarnos el aire que respiramos, el agua de los ríos y manantiales y hasta el paisaje que admiramos sólo por el hecho de no contaminarlos, de no destruirlos. Se llaman Servicios Ambientales, el nuevo producto comercial del capital financiero que forma parte del “capitalismo en serio”. En lugar de condenar a los contaminantes por delitos ambientales, pagaremos para que no lo hagan. Es como pagar para que nadie cometa homicidio.