• La narración de la experiencia como resistencia de lo propiamente humano

Fecha de Publicación: 12-10-2025

Por María Rita Ciucci – FSN – Santiago del Estero
 
Volviendo desde CABA, todavía muy conmovida por los encuentros con compañeras y compañeros y las largas charlas que suelen acompañarlos, pienso en la intensidad que generan estos intercambios de experiencias y trato de ordenar  algunas reflexiones que intentaré compartir.
 
Donna Haraway relata cómo una amiga etnógrafa le cuenta que las mujeres de una comunidad de Colombia, con las que trabaja, le muestran cómo el bordado a mano, lento, es vital para la sanación personal e íntima, en estos tiempos difíciles, para volver a unir comunidades destrozadas y para contar las historias de tierra, agua, desplazamiento y futuro todavía posibles. Enfrentadas a una ola cada vez mayor de violencia contra aquellas que defienden la tierra y el agua y se oponen al enorme proyecto hidroeléctrico, estas mujeres defienden lo que llaman su cuerpo-territorio. Contar historias en el bordado no es un lujo: es hacer lugar a la historia de la vida.
 
Por otra parte, refiere a un estudio sobre el pueblo Agta, una comunidad cazadora-recolectora en Filipinas. El equipo de investigación identificó y escuchó muchas historias y  a muchos narradores y narradoras a lo largo de un período extenso de tiempo. Luego diseñaron instrumentos científicos y sociales típicos para averiguar qué valoraban más las personas de esas comunidades.
Resultó que las personas entrevistadas valoraban más a quienes narran por sobre las demás, sin importar cuan útiles y funcionales fueran otros tipos de personas en su sociedad. Además la inmensa mayoría de esas historias hacía hincapié en la cooperación y en la igualdad sexual y social, están llenas de personajes fascinantes y sucesos interesantes.  La comida es importante, por supuesto pero la gente dice que prefiere a los buenos narradores y narradoras de historias más que a los buenos recolectores y recolectoras de comida. Las historias parecen valorarse por el modo en que aumentan la empatía y las perspectivas más solidarias. La narración de historias parecería ser fundamental en la organización y la promoción de la cooperación en la evolución humana.
 
En línea con estas ideas, viene a mi mente lo que sostiene Walter Benjamin en un texto que, no casualmente, se llama “El narrador” y que permite recuperar la potencialidad política que tiene la concepción de la experiencia en este autor, y que está ausente en las significaciones tradicionales del término. 
El concepto de experiencia en Benjamin propone dar cuenta de las dimensiones de la experiencia invisibilizadas. Así, una experiencia no es cualquier vivencia, ni cualquier encuentro con el mundo: es una elaboración de ese material en la forma de un relato significativo para otros. Lo que llama la “crisis de la experiencia” es, en realidad, la constatación del hecho de que “una facultad que nos pareciera inalienable, la más segura entre las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias”.
De este modo, al pensar la experiencia como una elaboración colectiva, superamos, al mismo tiempo, al subjetivismo y a la representación como mero espejo del mundo. Al ampliar el concepto de experiencia, abre a la posibilidad de elaborar una experiencia con el pasado que interrumpa el curso lineal de la historia.
 
La narración no intenta, como lo hace la información, establecer la comunicación del mero suceso en sí mismo. Lo que hace es encarnarlo en la existencia del sujeto que relata, para brindar, a quienes atienden su relato, lo sucedido a modo de experiencia. De este modo, en lo que se narra queda la impronta de quien lo cuenta, tal como la mano del alfarero deja su marca en la arcilla.
 
En este sentido, las narraciones que elaboran experiencias de compañeras y compañeros siguen siendo imprescindibles, por el vínculo que une la memoria colectiva con las relaciones de poder.
El pasado que ella custodia es la puesta en juego de conflictos recurrentes que lo formulan y reformulan incesantemente. La pluralidad de voces es un rasgo fundamental de la comunidad política, ya que para poder actuar se necesita de la presencia de otrxs  que se encuentren, ante quienes nos revelamos y quienes se revelan a nosotros mismos.
Esto trasciende los esfuerzos subjetivos para elaborar las experiencias traumáticas, por la identificación, el duelo, el olvido, u otros procesos. Produce y sostiene comunidad.
En estos encuentros, afirmamos nuestra propia humanidad, que no es poco en estos tiempos.