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Lucha de clases y batalla cultural
El problema no es “el modelo” sino el sistema capitalista, no existe la posibilidad de otro modelo dentro del sistema capitalista.
Fecha de Publicación: 31-08-2025
Por María Rita Ciucci – FSN – Santiago del Estero
A raíz del estreno de la serie argentina “En el barro” leí la crítica de Alberto Sarlo, fundador de la Editorial cartonera: “Cuenteros, Verseros y Poetas”. Tanto su perspectiva como su contenido, destilan un posicionamiento comprometido, una mirada plebeya, desde abajo.
La serie se desarrolla en una cárcel de mujeres y muestra lo que supuestamente allí ocurre cotidianamente.
Contrastando con la recomendación de muchos artistas y periodistas progresistas, la opinión de Sarlo respecto a la serie en cuestión podría resumirse en estas palabras: estereotipante, estigmatizante, clasista y racista.
No casualmente esta valoración resulta coincidente con lo que en varias entrevistas, opinaba César González acerca de “El marginal”.
No me detendré aquí en la discusión sobre la cuestión puntual de la representación “progresista” de la marginalidad y de la vida carcelaria. Podríamos retomarla en otra oportunidad.
Me interesa vincular estas miradas con una cuestión que se advierte cada vez con mayor claridad: el escamoteo de la lucha de clases en todas las representaciones e interpretaciones de la dinámica social.
Aun cuando la batalla cultural es fundamental en la lucha de clases, no se reduce a ella.
Para Gramsci, la hegemonía de una clase sobre otra no se produce por el ejercicio de una pura violencia física, sino ganando y manteniendo el consentimiento de las clases subalternas a través de aspectos culturales como el lenguaje, produciendo sentido común.
Gramsci introdujo el concepto de hegemonía cultural, argumentando que la clase dominante mantiene su poder NO SÓLO a través de la fuerza, sino también mediante el control de las instituciones culturales y educativas. Este dominio no se basa simplemente en el consentimiento pasivo, sino en la activa participación de la sociedad en sus propias creencias y valores.
Sus ideas sobre la hegemonía cultural y la guerra de posiciones han llevado a un enfoque más amplio y complejo de la lucha de clases y el cambio social. Su aporte ha contribuido a un análisis más profundo de la relación entre cultura, poder y sociedad, razón por la cual la batalla cultural se debe lidiar día a día, con ideas y con formación.
Gramsci parece coincidir con la idea de que el objetivo de la lucha de clases consiste en ocultar o desocultar la existencia de una guerra que recorre internamente a la sociedad, enmascarada con la ayuda inestimable de los artefactos culturales.
Esta lucha se expresa en todos los planos y en todos los ámbitos. La ultraderecha que gobierna, cambia todo el tiempo las reglas de juego. Espionaje ilegal a cualquier forma de disidencia, criminalización de la protesta social, elecciones con la principal líder de la oposición presa gracias al lawfare. Extractivismo y saqueo sin límites, obscena transferencia de riquezas a los sectores más ricos desconociendo cualquier tipo de derecho.
Simultáneamente, en CABA comenzaron a proliferar organizaciones de “buenos vecinos” con vocación comunitaria que se despliega hostigando a vendedores ambulantes, persiguiendo a personas en situación de calle y acosando a trabajadoras sexuales. Una saña especial va dirigida contra lxs migrantes, a quienes les señalan que “este no es su país” y “las leyes de Argentina se respetan”. Esta dinámica a nivel micropolítico, en la que subyace la lógica del exterminio, se combina y articula con la política oficial.
El problema no es “el modelo” sino el sistema capitalista, no existe la posibilidad de otro modelo dentro del sistema capitalista. La batalla no es solamente cultural, aun cuando sea parte imprescindible de la lucha.
No sólo los pobres, los sectores populares más desposeídos, deben “tomar conciencia de clase”. Tal vez este reduccionismo de la lucha de clases, devela los límites de un progresismo bien pensante, contra las esferas concentradas del poder político-económico, contra el complejo del poder punitivo y carcelario, contra la fatiga y la comodidad enemigas de la crítica.
No es cierto que la ultraderecha sea la que hoy monopoliza los sueños de cambio y la imaginación futurista. Por el contrario, su relación con la dimensión utópica, así como con la cultura en general, resulta sumamente pobre y degradada. Ni siquiera comparte los impulsos más innovadores de las estéticas fascistas de entreguerras. Dista tanto de ellas como de la cultura letrada promovida en el pasado por la burguesía liberal.
Este escenario requiere, la participación activa y consciente de todos aquellos comprometidos con el cambio social, tanto en la producción de subjetividades contra hegemónicas, dando la batalla cultural, como ganando la calle.