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Bolivia, el fracaso del progresismo
Fecha de Publicación: 24-08-2025
Por Koly Bader-FSN-Tucmán
La ideología dominante en el capitalismo definió la política como “el arte de lo posible” adoptando la definición aristotélica. Esta concepción se enfoca en la administración de los recursos y la gestión de situaciones existentes dentro de los límites de la realidad, priorizando las estrategias que buscan mejorar las condiciones actuales en lugar de perseguir utopías o ideas inalcanzables. En realidad, se ajusta a los principios del pragmatismo que, como sabemos, tiene como único principio la falta de ellos.
"Seamos realistas: pidamos lo imposible." Con esta expresión del filósofo Herbert Marcuse se definió la primavera francesa de la rebelión estudiantil de 1968, reflejando el espíritu de rebeldía y aspiración de la época. El lema invita a no conformarse con el statu quo y a buscar un cambio radical, incluso lo que parece inalcanzable, como una forma de desafiar los límites impuestos por la realidad convencional y la autoridad.
Confrontando ambas filosofías elaboramos la definición de política como “El arte de hacer las cosas posibles”. Es decir, abandonar el error del pragmatismo progresista para abordar la política como una herramienta tal y como la entendieron quienes sacaron a la humanidad de la monarquía absolutista. Ni la misma revolución francesa o la independencia argentina hubieran sido posibles sin entender que la acción política tiene el deber de la transformación. De cuan profunda y audaz sea ella dependerá si podemos llamarle revolución.
La constante alternancia en América Latina de proyectos progresistas y periodos neoliberales o conservadores da algunos indicios para advertir que hay una frontera que el progresismo es incapaz, por definición, de franquear. Ese límite es el capitalismo en la economía y el liberalismo en su política. Justamente porque abona la filosofía del arte de lo posible, en el mejor de los casos. O, más claramente, porque sus intereses están indisolublemente ligados a los intereses de la burguesía.
Álvaro García Lineras explica lo sucedido en Bolivia por la resistencia de la izquierda y su dirigencia a abordar cambios que él llama “de segunda generación”. Y esto es lo que, a la larga o a la corta, lleva a crisis económicas insolubles en el marco del sistema.
¿Qué significa cambios de segunda generación? Solo puede significar una cosa. Cambios estructurales lo suficientemente profundos como irreversibles. No es otra cosa que cambios revolucionarios que el progresismo no esta dispuesto, no sabe, o teme producir. Y es allí donde el conservadurismo neoliberal, enancado en las aspiraciones insatisfechas de un pueblo que esta en realidad para más, hace pie con su histórica prédica engañosa.
Entonces pasa lo que en nuestros países pasa constantemente. Retroceso, vuelta atrás institucional, política, económica y socialmente. Y si es así ¿Tiene el progresismo las herramientas para volver con la misma receta? Si…electoralmente quizás, pero volverá a fracasar, y esta vez desde más atrás. Como lo demostramos en nuestra nota "Abandonad toda esperanza, vosotros los que entráis" https://www.futurosoberano.org/noticia.php?noticia=234
El proyecto global que llamé sionista por sus características supremacistas y de apartheid económico https://www.futurosoberano.org/noticia.php?noticia=230 será cada vez más difícil de impedir, toda vez que sean ellos los capaces de cambios estructurales que nuestra política no revierte. Solo avanzando en la “segunda generación” de cambios hay un camino que nos llevará ininterrumpidamente al abandono de la dependencia, de la plutocracia financiera, y de esta caricatura de democracia que debería ser llamada electocracia. De la democracia burguesa sólo quedaron las elecciones cada tanto. Amañadas y manipuladas por el enorme poder de los grupos concentrados de la economía y de la política.