Cabría preguntarse si ya es hora de abandonar la corrección política que tan funcional ha demostrado ser al orden neoliberal.
Por María Rita Ciucci - FSN
Hegemonía, para Gramsci es el proceso por el cual una clase dominante hace que su dominación parezca natural, instalando las premisas de su cosmovisión y sus propios intereses como sentido común del conjunto de la sociedad. Esto posibilita su organización como bloque hegemónico, en tanto coalición de fuerzas sociales heterogéneas reunidas por la clase dominante, afirmando su liderazgo.
Para transformar ese orden, las clases dominadas, necesitan construir un nuevo y más persuasivo sentido común (contrahegemonía) y una poderosa alianza política (bloque contrahegemónico).
Ahora bien, desde mediados del siglo XX, la hegemonía capitalista se formó mediante la combinación de dos aspectos diferentes que encarnan sus supuestos del bien y la justicia. Según sostiene Nancy Frazer, uno de ellos está centrado en la distribución y el otro en el reconocimiento. Ambos aspectos, juntos, constituyen los componentes normativos esenciales con los que se construyen las hegemonías.
La distribución remite a cómo la sociedad debería asignar los bienes divisibles, en especial el ingreso. Refiere a la estructura económica de la sociedad e, indirectamente, a sus divisiones de clases.
El reconocimiento está centrado en la atribución de jerarquías, vinculadas a marcas morales de la pertenencia y la integración. Expresa cómo la sociedad debería atribuir el respeto y la estima.
En el caso del neoliberalismo progresista, se da una alianza poderosa entre, por un lado, las corrientes liberales dominantes de los nuevos movimientos sociales – feminismo, antirracismo, ambientalismo, multiculturalismo, derechos de la comunidad LGBTQ+ - y por otro, los sectores más dinámicos, de punta, simbólicos y financieros de la economía: Wall Street, Silicon Valley, Hollywood, etc. Esta aparentemente incompatible dupla, puede mantenerse unida merced a una peculiar combinación de puntos de vista sobre la distribución y el reconocimiento.
En diferentes países, el bloque neoliberal progresista articuló un programa económico expropiador y plutocrático con una política liberal de reconocimiento. Pero el componente distributivo de esta conjunción era neoliberal. Respaldados por fuerzas progresistas de la sociedad, difundieron un modo de reconocimiento superficialmente igualitario y emancipatorio. En su núcleo convivían ideales de “diversidad”, “empoderamiento” de las mujeres, derechos para la comunidad LGBTQ+, posracialismo, ambientalismo, etc.
Por sesgada que fuera, esa política de reconocimiento cautivó a numerosas corrientes de movimientos sociales progresistas, que pasaron a integrar el nuevo bloque hegemónico. Obviamente, no todos los antirracistas, feministas, ambientalistas, etc. adhirieron a la causa neoliberal progresista, pero quienes sí lo hicieron, conscientemente o no, conformaron el sector mayoritario y visible de sus respectivos movimientos, mientas que los opositores permanecieron en los márgenes.
Ahora bien, el convertirse en defensores del status quo capitalista, pasó factura. Las condiciones materiales generadas por el programa económico expropiador y plutocrático, fueron dejando a un importante sector de la población en situación de absoluta precariedad. Esto fue restando sentido a la discursividad hegemónica respecto a derechos y estado garante. Fue abonando el suelo propicio para laultraderecha que se estaba preparando.Pareciera que la vida precaria y la subjetivación en términos de ciudadanía son incompatibles.
Las clases subalternas y oprimidas, de no mediar el desarrollo de una conciencia nacional-popular y de clase y sin mediar identidades positivas autónomas y críticas gestadas al calor de procesos de lucha y organización, es decir: sin posibilidades de poner en tela de juicio las categorías del orden social hegemónico, en general advierten al agente más visible e inmediato de la humillación y no a quien la planifica. La desigualdad “estructural”, se volvió tan abismal y ha sido tan naturalizada que resulta imperceptible. Ahora casi toda la sociedad está incluida en la degradación.
La emergencia del neoliberalismo reaccionario, ultraderecha radical, o como se denomine al neoliberalismo en su expresión más despiadada y demencial dio clara muestra de que había aprendido de sus errores pasados. Convencida de que el gradualismo y la mesura los habían conducido al fracaso en la gobernanza, avanzó y avanza con total determinación y de modo desembozado.
En nuestro país, es necesario pensar seriamente el proceso de deshumanización que creó a un payaso siniestro como Milei y que encumbró a un personaje marginal y defensor de genocidas como Villarruel y a una corte de personajes perversos. Pensar las condiciones de posibilidad y las responsabilidades de la invisibilización de la lucha de clases y del deterioro de las subjetividades populares, del avance de la cultura represora y la política border, del cierre de toda salida rebelde a la crisis.
Actualmente, parece difícil que aparezca algo nuevo en los ámbitos partidarios con el poder suficiente para modificar las relaciones de fuerzas existentes.
Las importantes movilizaciones que, surgiendo de los movimientos feministas y diversidades, sumando apoyos sustantivos, significan una chispa de resistencia que, seguramente se irá incrementando.
A esta altura, no cabría preguntarse si ya es hora de abandonar la corrección política que tan funcional ha demostrado ser al orden neoliberal?
No convendría amar al próximo tanto como odiar al saqueador cruel que ha devastado la patria y genera tanto sufrimiento y desesperación?
No cabría pensarnos más radicales, y abandonar la tibia moderación cómplice?
Es con todos o es poniendo freno al fascismo y a sus personeros?