Hace algunos años y en el marco de la conmemoración del día de la mujer trabajadora, se me ocurrió proponer iniciar una campaña para instituir el 12 de setiembre como el “dia de la maestra”, en homenaje a la fecha de nacimiento de Herminia Catalina Brumana y, en ella, a todas las mujeres que trabajan como maestras. Hace bastante tiempo que pienso que el “padre del aula”, aún con lo controversial de su figura, tiene su día. Pero las maestras, no. A pesar de la evidente feminización del sector. No me refería a perseguir el reconocimiento oficial, formal o lo que fuere, sino a que vale la pena instalar la reflexión y el debate en torno a una figura como Brumana. Sin poner energía en detractar a Sarmiento, sus implicancias, ni cuestionar el 11/09, lo que desplazaría el eje de lo central, actuar como fuerza instituyente.
La iniciativa generó algunos apoyos y luego se fue diluyendo…
Hoy, desde el espacio de Mujeres Soberanistas del FSN, comparto una síntesis biográfica, que recupera su memoria:
Herminia Catalina Brumana nació el 12 de septiembre de 1897 en Pigüé, provincia de Buenos Aires, hija de inmigrantes italianos.
Estudió en la escuela Normal de Olavarría, donde se recibió de maestra a los 19 años y volvió a su pueblo para trabajar como maestra de primaria. Educadora, intelectual capaz de mirar críticamente la sociedad de su tiempo, escritora, periodista, dramaturga, feminista disidente y activista de ideas socialistas y anarquistas. Participó activamente de las discusiones que existían dentro del feminismo y la política y tomó posición sobre importantes temas de coyuntura.
Al mismo tiempo, trabajó como maestra en diversas escuelas del Gran Buenos Aires y de la Capital Federal. Escribió nueve libros y once obras de teatro. Por sus ideas y conducta, fue una persona tan conflictiva y contradictoria como irreverente e incómoda, muy difícil de etiquetar.
Sus concepciones no fueron estáticas y se mantuvieron en constante tensión con su accionar. Ni los mandatos de su época ni las definiciones actuales la pueden encasillar. De allí la importancia y complejidad de su legado.
Herminia Brumana trabajó con niñas y niños de sectores populares, en muchos casos mal y poco alimentados, con falta de estímulos ya que sus padres debían afrontar largas jornadas laborales.
Creía en una educación con conciencia social y de clase como instrumento de inclusión y transformación social, que fuera factor de desarrollo comunitario así como personal.
Fue una de las primeras maestras en plantear abiertamente que la desigualdad condiciona al proceso educativo. Enseñó y aportó a la formación de docentes con conciencia de que las necesidades, la exclusión y la desigualdad determinan el proceso de aprendizaje.
Librepensadora brillante, incorporó la dimensión de lo emocional, el vínculo con la persona y su circunstancia. Entendía que la educación exige un compromiso integral y afectivo que contemple el contexto de las y los alumnos Planteaba que los docentes debían visibilizar las desigualdades y educar para superarlas, revelándolas frente a las y los alumnos pobres, que entonces ya no eran responsables de su miseria sino sujetos de derechos. Para que la sociedad en su conjunto tomara conciencia y se comprometiera en la transformación.
“Pero escuchadme bien, amiguitos, hay otros chicos que, en estos días de frío, cuando la maestra dicta los deberes, en vez de ponerse contentos, sienten ganas de llorar. Van despacio por la calle y, al llegar a la casa, no encuentran como vosotros el té caliente servido por la mamá. No, la madre está afuera, lavando. El padre también está en el trabajo”, escribió en uno de los textos, que culminaba con una denuncia al sistema escolar.
Se reconocía a sí misma como integrante del movimiento obrero, se identificaba con el socialismo y aún más con el anarquismo pero nunca tuvo pertenencia partidaria.
La militancia atravesó sus libros, obras de teatro y artículos periodísticos.
Publicó poesía, ensayo, notas y opiniones en medios tan contrastantes como La Vanguardia, Caras y Caretas, Nosotros, El hogar, La Nación y La Nueva Provincia, entre otros.
En 1918, con sus ahorros publicó Palabritas, un libro de lectura para la primaria en el que reflejó sus ideas innovadoras acerca de la pobreza, la justicia social, el rol de la mujer y la educación. A principios del siglo XX las autoridades educativas no podían comprender ni aceptar que una mujer de un pequeño pueblo rural se expresara libremente y con pensamiento propio.
En 1923 publica su segundo libro, Cabeza de mujeres (un libro sobre la mujer dirigido a las mujeres) compuesto por relatos que tienen en común la necesidad de la autoafirmación de la mujer y la liberación por sus propios medios.
Hasta el año 1939 publicó otros cinco libros: Mosaico, La grúa, Tizas de colores, Cartas a las mujeres argentinas y Nuestro Hombre.
En toda su literatura, promovió los derechos de las mujeres, el amor libre, el derecho al divorcio, la justicia social, a la que vinculó especialmente con las dificultades de los niños pobres para transitar la escuela.
No dudó en plantarse contra la dictadura de Uriburu cuando, bajo el Estado de sitio y la ley marcial, la policía apresó y torturó sin motivo a decenas de obreros anarquistas.
Participó activamente en la campaña de liberación de "los presos de Bragado", tres jóvenes anarquistas, a quienes – sabiéndolos inocentes - se torturó y condenó por homicidio en 1931.
Su lucha le trajo no pocas dificultades que fue superando con mucha dignidad e inteligencia hasta su temprana muerte, antes de cumplir 57 años.
Sin embargo, y a pesar de que hay calles, plazas, bibliotecas y escuelas de la Argentina que llevan su nombre, Herminia Brumana es muy poco conocida en general, y entre los educadores en particular.