Por María Rita Ciucci - FSN
Uno de los objetivos del Análisis Crítico del Discurso es, precisamente, desmitificar los discursos, por medio del descifrado de las ideologías. En ese sentido, en cuanto detenemos la mirada y comenzamos a someter a crítica las afirmaciones que tratamos de analizar, empiezan a surgir los primeros interrogantes.
Resulta necesario concebir a los fenómenos sociales como procesos de producción de sentidos. Toda producción de sentido es necesariamente social y todo fenómeno social es, en una de sus dimensiones constitutivas, un proceso de producción de sentido. Es importante considerar este punto de partida, para avanzar con nuestras reflexiones.
Vamos a analizar, a modo de ejemplo, los relatos que ofrecen los manuales de primaria sobre la historia argentina. ¿Qué lugar tiene en ellos, el genocidio de millones de nativos de estas tierras? O más cerca en el tiempo, la cabeza del “bárbaro” Chacho Peñaloza clavada en una lanza a pedido del “civilizado” Sarmiento?
Lo que estamos planteando aquí es que, al dejar en la zona de penumbra el conflicto, la lucha, la resistencia, se impone una visión profundamente distorsionada y distorsionante, que sienta las bases del sistema de representación hegemónico. Cobra relevancia así, el concepto de ideología, central en el Análisis Crítico del Discurso.
Más allá de la intencionalidad y de los niveles de conciencia de los autores, se despliegan estrategias discursivas, en sus expresiones tanto negativas como positivas. Las primeras, escamoteando los aspectos de la realidad que no resultan funcionales. Las segundas, generando versiones del pasado nacional, su explicación y representación, garantizando la construcción y mantenimiento de ciertos modelos mentales de cognición social, en este contexto.
Por ejemplo, las ilustraciones que representan a los “indígenas”, suelen mostrarlos con el clásico “taparrabos”, cazando animales, sentados en chozas de cuero mirando al lector o tejiendo canastos. En el mismo sentido, el texto que acompaña las imágenes, en general, no hace referencia a forma alguna de organización aborigen o actividad intelectual, sólo actividades manuales rudimentarias. Esto contrasta con la “superioridad” cultural del conquistador que aparece vestido y civilizado. Esto remite, al concepto de manipulación discursiva, que implica el ejercicio de una forma de influencia ilegítima por medio del discurso. En un sentido semiótico de la manipulación, esta influencia ilegítima también puede ser ejercida con cuadros, fotos, películas u otros medios. Precisamente, la dicotomía “civilización-barbarie” ha jugado un papel fundamental en la constitución del sentido común de los argentinos, a lo largo de nuestra historia.
Es frecuente que en esos relatos se refieran a los pueblos que habitaban nuestro territorio antes de la conquista, como “los primitivos habitantes”, revistiendo la expresión una conveniente ambigüedad. De modo tal que puede ser entendida como “primitivos-salvajes” o “primitivos-primeros”. De todos modos, su condición de salvajes, queda claramente significada desde el contexto.
Subyace en ellos, la idea de tiempo transcurriendo linealmente, posibilitando la concepción evolutiva de lo social. Así, los pueblos progresan desde un estado “primitivo y salvaje” hacia el estado de “desarrollo” que las potencias imperiales representan. Este núcleo ideológico, se asoció y sirvió a los fines de la expansión económica capitalista.
Esta suerte de intertextualidad no tiene que ver únicamente con la cita más o menos explícita o encubierta de un texto dentro de otro, sino más bien, este conocimiento textual compartido forma parte del acervo común de la comunidad lingüística, y por ello se activa cuando un emisor produce un texto, como así también cuando su receptor lo interpreta.
Esta no es una cuestión menor en la conformación de los universos de sentidos y significaciones que, negando la historicidad, presentan los procesos sociales como deslizándose “naturalmente” por la única autopista posible: el camino señalado por los pueblos “más evolucionados”.
Reiteradamente puede advertirse la idea de desarrollo, que el Siglo de las Luces, glorificando la razón y el progreso, convirtió en una matriz para la interpretación del mundo. Originada en la voluntad europea de clasificar a los “otros pueblos” y de situarse en relación a ellos, se traduce en la sistematización de “explicaciones científicas” a la diversidad cultural.
Justamente a esto alude la perspectiva crítica cuando plantea que los discursos escolares constituyen mecanismos para instituir patrones de diferenciación social, entonces operan regulando la circulación y apropiación de los códigos simbólicos para la clasificación del conocimiento y la realidad que este representa.
De modo recurrente, podemos encontrar en los relatos de estos manuales, aludir a “la llegada de los españoles”, como si se tratara de una visita. La teoría crítica nos enseñó queel lenguaje encierra una dimensión cognoscitiva y otra normativa. El reconocimiento de esta propiedad del lenguaje permite comprender su papel en los procesos de legitimación. El lenguaje designa y legitima al mismo tiempo. Precisamente, lo que abundan en esos textos, son legitimaciones de la conquista. La que más se reitera es la vocación misionera, ya que “los conquistadores españoles llegaron a estas tierras acompañados por miembros de distintas congregaciones religiosas, quienes se ocuparon de evangelizar y ayudar a los indígenas enseñándoles música, pintura”. En ellas se advierte con cierta facilidad el carácter etnocéntrico del relato. Sin embargo, a mi juicio, es aún más grave el carácter justificatorio que enmascaran las argumentaciones.
Estas referencias muestran la racionalización de acciones que implicaron la matanza de millones de hombres y mujeres, arrancar a los sobrevivientes de su estructura social, la destrucción de su cultura, la explotación en condiciones infrahumanas. Pero se ilumina el acceso al Evangelio y a la “civilización”.
El tipo de argumentaciones precedentes sólo tienen sentido en relación a las hipótesis subyacentes: validez universal del modelo occidental, desarrollo por conquista, etc. con las que se legitima la agresión en nombre de la civilización y que abren paso a legitimaciones que operan en el presente por la misma vía: legitimar la presencia norteamericana en un país que no sabe sacar provecho de sus recursos naturales, o el bombardeo a países de Oriente Medio para salvarlos de la tiranía, por ejemplo.
Siguiendo la lógica de casi todos los manuales a los que tuvimos acceso a lo largo de nuestra vida escolar, cuando abordan "las corrientes conquistadoras” los autores se ubican en la perspectiva de los invasores y coloca también allí a sus lectores, mediante una estrategia discursiva de manipulación. Narran sus viajes, sus motivaciones, sus objetivos. Van relatando “desde los ojos” del invasor como “descubren” ríos, valles, etc. y “fundan” ciudades.
Son los conquistadores los que “pensaron” que estaban en las Indias, los que “buscaban un paso entre los océanos”, “se sintieron” de determinada manera. Y lo más importante: “siguieron realizando expediciones movidos algunos por el deseo de encontrar riquezas otros por el afán de evangelizar otras culturas”.
En el relato de la “vida cotidiana” en la colonia, las desigualdades sociales se presentan como naturales, ya que siempre y en todas las sociedades existen diferentes grupos sociales con diferentes realidades de vida. No aparece el conflicto, ni se vislumbran las razones de esas diferencias.
Para dar sentido a las relaciones de ordenamiento y jerarquía entre las prácticas y para dar sentido a cómo los sujetos eligen entre las prácticas disponibles en ocasiones específicas, resulta necesaria la categoría de poder en un sentido estructural. A su vez, la categoría de ideología es necesaria para dar sentido a las diferencias entre prácticas; las prácticas pueden estar cargadas ideológicamente, y la diversidad de prácticas puede formar parte de las contiendas ideológicas.
Así, los oficios coloniales aparecen estereotipados. Las ilustraciones suelen mostrar a las lavanderas, aguateros, empanaderas, etc. como parte del paisaje, sonrientes y contentos de servir a las “damas” y “caballeros” de la época. Los mencionados oficios “se fueron perdiendo con los años”, por efectos de la evolución, seguramente.
A modo de reflexión final…
Hemos aprendido que el lenguaje no es transparente ni inocente, que muestra, pero también escamotea, oculta y distorsiona. Que no siempre expresa lo pensado y a veces sólo es una débil señal o un gesto cínico.
Desde una perspectiva más bien política, es posible destacar la importancia que ha adquirido lo discursivo y sus diferentes modos de análisis en las luchas a favor del reconocimiento de la diferencia. Claramente, esto se vincula a las batallas políticas que se comenzaron a dar a partir de 1980, en relación a campos de problemas emergentes como los de sexualidad, género, etnicidad, etc. que ponen el foco en conceptos tales como identidad y cultura. En lo que respecta a lo cultural e identitario, el lenguaje juega un rol central. De este modo, el discurso es asumido, como el lugar en el que los prejuicios, estereotipos, representaciones negativas, etc. se re-producen.
Pero por lo mismo, en tanto se disputan sentidos, podemos también pensarlo como el lugar de la resistencia y de la producción creativa. Apostar a que es posible la construcción de un mundo mejor y más justo, en el que quepa la felicidad de todos, es asumir un compromiso con el leguaje como un lugar de mayor democratización, inclusión y justicia.
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